Los bancos malos no son más que fondos o agrupamientos de activos devaluados. Tienen como fin  su liquidación ordenada o simplemente controlar y aislar el riesgo en una situación de crisis. El proceder es tan viejo como la historia: que la fruta podrina no contagie a la fruta fresca. Se trata de aislar la parte del sistema financiero que tiene dificultades para que la parte “sana” pueda retornar a un punto de normalidad ejerciendo su función de intermediación financiera.

Cuando las autoridades toman la decisión de crear un banco malo, actúan igual que un enfermo infectado que acude al médico. Éste actuará con los activos devaluados (tóxicos) igual que con un virus: Se extraen todos los tumores malignos de las entidades y se aislan en un gran laboratorio de activos malignos como si se tratara de un arma biológica.
En las sociedades postmodernas -mediatizadas y digitalizadas como la nuestra- aparecen nuevos términos, que son adaptados rápidamente por los medios de comunicación, las redes sociales y se incorporan a lo cotidiano con gran rapidez. Así parece que el nuevo término a incorporar a nuestra neo-lengua de crisis son “bancos malos”.
Para evaluar un caso de éxito de “bancos malos” nos debemos remitir a la experiencia escandinava durante la crisis de los años 90. En aquella ocasión los gobiernos intevinieron a los bancos con fondos de los contribuyentes. Los bancos se hicieron de titularidad pública.
Dichas intervenciones tuvieron como premisa la renuncia de los accionistas de la banca a gran parte sus derechos políticos y económicos. A cambio las entidades con problemas fueron reflotadas con dinero público. Pasada la crisis, cuando los bancos estaban saneados y el ciclo crediticio cogió aires renovados, los contribuyentes se vieron resarcidos de su inversión con la reprivatización de las entidades, con importantes plusvalías para el sector público.
Si un gobierno decide la creación de un banco malo deberá ser bajo la premisa de que no se debe poner a los contribuyentes al borde del abismo sin ofrecerles nada a cambio: la opinión pública no apoyaría el plan de creación de un banco malo, si se permite que los antiguos accionistas conserven el control de las entidades saneadas con fondos públicos.
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